La obra estrenada anoche en el Teatro Novedades por la compañía Mangiante-Buzchiazzo, es la primera manifestación de carácter regional conocido en los escenarios locales. Ella cobra, así, toda la importancia del hecho que concreta una situación y marca nuevos rumbos, en base de elementos vírgenes, inexplorados, que estaban aguardando la hora de servir a la definición acabada de una idiosincrasia colectiva. Nadie había intentado aún sorprender y fijar, en la síntesis del teatro, la modalidad del ambiente estudiado en Salamanca.
Y es que no sólo se necesita la aptitud que requería, sino también la decisión dignamente tal, cierta valentía de espíritu, la fuerza interior que escuda en su virtud propia: era indispensable que dominara el prejuicio y afrontara la empresa, en derechura al ideal. Julio Carri Pérez, sintiéndose fuerte, no ha trepidado y, fruto de su talento, cada día su más vigoroso cada día más compenetrado de la misión de los espíritus profundos, es la obra en que, al par de sus destrezas gallardas de comediógrafo, acaba de exhibir la independencia mental de su temperamento.
Córdoba ha podido verse evocada anoche en pinceladas enérgicas y felices. La composición, el dibujo colorido, como elementos de técnica, se han totalizado en un conjunto armonioso, que dio la sensación exacta del lugar y de la época, con todas sus expresiones esenciales. Panorama del día y acción contemporánea, ninguno de ambos aspectos ha escapado a la verificación del auditorio, y de ahí que surgiera más exacta y más precisa la ética trascendental de la fabulación, por tenue que ésta apareciera, desde que no habiendo intriga, ni siquiera asunto realmente tangible, en realidad, la atención debió concentrarse en la pintura del cuadro. Salvo uno que otro instante caricaturesco, bien sorprendido y bien fijado, las situaciones afirman sucesivamente el carácter de la obra, verdadera “comedia de costumbres”, ante el concepto clásico.
El culto de la tradición no basta para engrandecer a un pueblo, cuando la aspiración del porvenir no actúa en la dinámica social. En este caso el presente es inmóvil y la inmovilidad es retroceso. Dormir sobre los laureles es marchitarlos para siempre. La tradición debe estar vinculada al futuro en continuo laborar de civilización idealista y de progreso inteligente. Detenerse es morir. Esos postulados resumen la moral de Salamanca, servida accesoriamente por la intervención de varios tipos que animan un desfile de escenas de la vida, acentuadas por hechos de cuya exactitud nadie discrepa y esmaltadas con frases sentencias y aforismos que estallan a cada paso en el medio circunstante. Esos tipos son, entre otros, Miseno (señor Magiante), Marco Aurelio (señor Gialdroni), Antolín Sol (señor Martínez), Ismael Marul (señor Cuartucci) y Julio Fúrner (señor Calderilla). La copia del original discretamente exacta, hizo que el auditorio los descubriera sin mayor esfuerzo, constituyendo la identificación un elemento de singular regocijo en el concurso.
Carri Pérez ha dado con su nueva obra un paso decisivo. Iniciado ya en los secretos de la técnica, poseedor de una envidiable facultad de síntesis, que plasma los temas ideados, dueño de un estilo ágil, flexible, lleno de color, conciso y penetrante, sería todo un hombre de teatro si su juventud, todavía en franca primavera, no permitiese esperar la revelación de más puras florescencias, de horizontes espirituales más vastos y de una culminación intelectual verdaderamente representativa. Salamanca lo compromete a repechar de nuevo, “así rabien de piedras la lomada”. Es la misión de quien se atreve a mirar tan alto y a pensar tan hondo.
Hay una como autobiografía en el Horacio de esta comedia, ergo si osara volver la vista a retaguardia, podría quedar convertido en la estatua de la leyenda bíblica. Todo hace presumir que, al fin de cuentas, será digno de sí mismo.
La sala del Teatro Novedades enaltecía anoche, colmada de público, el acontecimiento del estreno.
Obra no sólo de homenaje, sino también de justicia. Los tres actos se oyeron con sostenido interés, celebrándose los pasajes intencionales, las situaciones hilarantes, los dichos agudos, verdaderos ladrillazos, las salidas anecdóticas, las alusiones muchas veces directas y las reticencias ingeniosas. Nunca un autor cordobés ha escuchado tantos aplausos como anoche. Y es que la sala, intelectualmente selecta, no los discernía por la complacencia amistosa ni por el clásico deber del estímulo: quiso tributarlos a un pensador-artista, hecho y derecho en sus veinte años escasos, para que los tomase como el compromiso ineludible ya de reanudar la brega, armado caballero un ideal de pensamiento que es, antes que todo, ideal de patria.
Obligado a hablar, Carri Pérez se expidió como él sabe hacerlo, palpitante de nobleza de emoción, acogiendo el triunfo sin el mareo que ofusca. Seguro de sí mismo, y distribuyendo la sanción pública entre su musa, la colaboración indispensable del actor. Fue un momento en verdad único por su íntima grandeza, comunicativa y honda.
La interpretación de Salamanca ha estado a la altura del mérito de la otra: celosa y encomiable. Así en la caracterización de los tipos, como en el detalle del diálogo y en la precisión del conjunto, se reveló la pericia de la dirección escénica. La señora Buschiazzo (Luisa) dio realce a una figura casi episódica, la señora Ramírez (Juanita) destacó dignamente la suya, la señorita Sanguinetti (la Ranchera) subrayó su parte con picaresca intuición, la señora Diana (María) y la señorita Bernabé (Lola) llenaron con acierto el cuadro. Pero el papel femenino culminante fue desempeñado por la señora Manciní (misia Rosaura) con verdadera comprensión y señalado relieve, que exhibió su mayor eficacia en la entonación regional, exacta y medida. El señor Mangiante (Miseno) supo mantenerse en la línea del tipo a pesar del riesgo que ofrecía, y sólo utilizó los grandes recursos a que se presta, en la oportunidad necesaria, marcando así una honradez de procedimiento nada común. El mismo juicio merece el señor Gialdroni (Marco Aurelio), cuya discreción estuvo constantemente a prueba, sin ninguna falla. Otro papel digno de nota compuso el señor Blanco (don Juan Ramón), equilibrado y severo; la figura central de la comedia, Horacio, encontró en el señor Ramírez una encarnación acabada, dentro del carácter representativo que debe hacer contraste al ambiente; el señor Fregues (Raúl), el señor de Mena (Giovanio) y el señor Gil Quesada (Antonio) demostraron haber penetrado en la intención de sus partes; el niño Cuartucci acentuó bien la escasa intervención del Mensajero, en el tercer acto. Respecto a los señores Martínez (Antolin Sol), Cuartucci (doctor Luna) e Ismael Maral y Calderilla (Julio Furner), que tenían a su cargo la composición exterior y psicológica de varias entidades distinguidas en Córdoba por enérgicos relieves propios, el mejor elogio que de su actuación puede hacerse consiste en reconocer que apenas se definían en los primeros bocadillos eran saludados por el concurso con nutridas palmadas de asentimiento a la exactitud de los tipos.
Salamanca se repetirá mañana, y hay sin duda obra para varias noches, con funciones alternadas.