“El estreno del año. Fuerzas que chocan de Carri Pérez”. La Voz del Interior, 19 de Julio de 1914

Comenzamos esta nota bajo la impresión reconfortante de un hecho que debe señalarse en el medio intelectual de Córdoba con la piedra blanca de que habla el aforismo. “Albo lapilio notare diem.” Se ha asistido anoche a la consagración franca de un verdadero autor dramático, cuyo ensayo inicial, hace apenas un año, revelara en él, bajo los auspicios más altos, un vigoroso temperamento, aventajado por la intuición admirable de la edad, defendido por la enjundia de la concepción ideológica y consolidado por la fuerza eclosiva del arte. Julio Carri Pérez, que ha estrenado su segunda obra, ingresa, pues, con derecho propio, desde este momento, en la cohorte gallarda de los fuertes escritores, llamados a destacar, por la síntesis escénica, el alma diferenciada de la nacionalidad argentina. Cabe saludar el acontecimiento con las palmas de un regocijo augural en la hora que vivimos.

Fuerzas que chocan es un drama de ideas, en la acepción más noble del vocablo. Al margen del concepto esencial que expone sobre la educación femenina y el papel del hombre en el matrimonio, como jefe de hogar, hay un principio eminente que se afirma en orden al sentido del honor y el deber, cuando está de por medio la responsabilidad enorme de la suerte de los hijos. He ahí una cuestión, entonces, de vasto alcance social, cuyo desenvolvimiento incumbe al auditorio, desde que el autor, para evitar los escollos de la tesis, que desnaturaliza el teatro sacándolo del campo de la vida, se ha limitado juiciosamente a insinuar las premisas de sus ideas.

La acción del drama se desarrolla en el alto mundo porteño. Mercedes (señora Quiroga) está casada con Heriberto (señor Podestá). El matrimonio ha sido hecho por don Ignacio (señor Escarcela), padre de Heriberto, y su esposa Carlota, ya extinta cuando se inicia la obra. Mercedes se educó en Córdoba, de donde es nativa, y fue llevada a la babel metropolitana, donde se establecieron los suyos. Efectuada la boda, poco tarda la pareja en asistir a las primeras discordias. Heriberto ama apasionadamente a Mercedes, pero ésta no le corresponde. Su cariño al marido no existió nunca. Ella lo reconoce así después de un tiempo: “no fue amor sino una distracción pasajera, alimentada por la novedad propia de quien sale, al fin, de un largo encierro y de una vida de misticismo y de sosiego, experimentando ignoradas inquietudes.”

En cuanto a Heriberto, la simplicidad de su existencia de soltero no podía ser más completa. Don Ignacio se encarga de hacérselo saber al público. Se conocieron los dos y “ninguno se atrevía a decirle nada trascendental al otro.” Hecho el compromiso llegó el casamiento sin mayores incidencias. Lanzados a la vida, queda dicho que la incompatibilidad ensombreció muy luego ese destino. Un personaje del drama, Juan José (señor Quiroga), que representa el buen sentido, formula la explicación del caso. “Este es frecuente, más en provincias que en Buenos Aires. Sobre todo allá, donde se da a la mujer una educación contraproducente. Cada día asistimos a estos matrimonios entre la niña virtuosa, recién salida del colegio de las hermanas, y el muchacho honesto pero sin experiencia, matrimonio que con el más bueno, pero también con el más equivocado de los propósitos, frecuentemente insinúan o conciertan los padres.”

Separada Mercedes de Heriberto, separada moralmente por el abismo de la indiferencia, que al fin se apodera de todo su ser afectivo, la orientación inmediata se presiente, se adivina, acaba después por imponerse: aparece el amante y toma posesión de su voluntad, como dueño y señor, soberano de esa criatura, casi inconsciente de su acción en el diario torbellino. El vínculo secreto se alianza con imperio, trasciende al círculo más familiar de la casa, y sospechado por Juan José, es sorprendido un día por César, (señor Cuartucci), especie de escéptico amable, célibe empedernido, que actúa de contraste en aquel centro y congratula de alma a Rodolfo (señor Conosciuto), el tercer lado del “triángulo” de marras, la tarde en que llega al descubrimiento inesperado.

La ligazón clandestina no puede mantenerse en reserva. El azar quiere que Heriberto encuentre en íntimo coloquio a Mercedes y Rodolfo. La tempestad estalla. Hay un desafío. Los combatientes se hieren. Divorciados de espíritu, aquel acto plantea, –debe suponerse– la separación material de los esposos. Eso ansiaría Mercedes. “A mí me entregaron, dice, como se entrega una cosa… ¡Allá va!… Vine al matrimonio sin saber lo que era, sometida a un hombre”. Pero Heriberto, que la había amado hasta entonces con ardiente frenesí, no repara en la catástrofe de su amor. Seguirá viviendo con Mercedes. “Si no puedo ser su esposo, declara, en toda la suprema significación que es serlo, seré el guardián de su honra, que es también la mía.” (Hasta entonces él no acepta la realidad del adulterio. Juan José se la insinúa, y protesta indignado. Su mujer no ha podido llegar, sostiene, a la falta irreparable) “Viviré a su lado. Seré como un perro fiel.”

¿Qué explicación tiene esta actitud? Hay un hijo de por medio. El deber y el honor le imponen la responsabilidad de salvarlo en la integridad del hogar. Poco importa que éste se haya deshecho moralmente. El porvenir de esa alma nueva lo obliga al sacrificio formidable de una forzosa convivencia. La cabecita infantil dicta la ley, a través de las severas doctrinas del padre. Mercedes parece resignarse a seguir como una sombra. De todas suertes Rodolfo es suyo. Heriberto la mira con piedad infinita. “Si fuera otra mujer, de otro espíritu, acaso en la adversidad hubiera concluido por compadecerme, como yo la compadezco a ella –exclama entre sollozos– y tal vez de esta conmiseración mutua hubiera surgido un manantial inagotable de ternura. Don Ignacio estimula a su hijo “Te quiera Mercedes o no, debes ser dueño de casa”. El niño es el vínculo supremo. Juan José, por el contrario, esgrime las armas de una moral implacable. “No debes representar la comedia del hogar feliz.” Se empeña tenazmente en la defensa de su teoría. Agota, sin éxito, hasta la última razón. Don Ignacio persiste en las suyas. Y Heriberto se quedará en su casa. He ahí las “fuerzas que chocan”

Un incidente precipita el final. Mercedes, que es alma de rebelión, sometida plenamente al instinto, ha salido una noche del hogar, una noche precisamente en que el niño se ahoga de bronquitis. Heriberto no ha reparado en la ausencia. A las once, mientras discute con Juan José y con César en su gabinete, pregunta por su esposa. Se impone de la partida. No ha vuelto aún. La sospecha clava su aguijón de realidad en aquel espíritu febril y deshecho. Estará con su Rodolfo. Efectivamente, los amigos se marchan; regresa a poco Mercedes; su marido la increpa; responde con altanero desprecio; Heriberto la conmina a declarar la verdad, y ella, estallando al fin, proclama la existencia del adulterio, que es una liberación. El varón ultrajado se arroja sobre su mujer, la derriba de un golpe, y está a punto de estrangularla, cuando la voz del niño, que llama desde adentro, lo detiene:”; ¡mamá!; ¡mamá!”, –se oye angustiosamente– ¡mamá!, ¡mamá!”. Y el telón desciende sobre el último desastre.

Ese es el drama de Carri Pérez. Integrado con otros elementos episódicos, –tal Clara (señorita Blanca Vidal), solterona que tienta y reduce a César–,  Carolina (señora Diana) y demás partes, la obra está construida con solidez, proporción y equilibrio. El asunto se desenvuelve lógico en los tres actos, planteando y resolviendo por sí mismo las diversas situaciones, al favor de un diálogo suelto, flexible y variado, que va de las tenuidades gráciles del discreteo a los arranques llenos y cortados de los pasajes culminantes, sin acaloramientos exagerados en aquéllas, como asimismo sin ampulosidades retóricas en los otros. Se dice lo que hace falta y nada más. Son tres actos nutridos y rotundos. Hay conocimiento pleno de resortes escénicos. Los dos primeros finales conquistan al auditorio por su eficacia expresiva. Son de un verdadero hombre de teatro.

Huelga hacer constar que el drama fue acogido con unánime aprobación. Carri Pérez salió a los honores del proscenio y fue obligado a dirigir la palabra al público que llenaba la sala, haciéndolo con elegante sobriedad y exquisito sentimiento. Una ovación más subrayó su triunfo.

La interpretación resultó muy ajustada, cumpliendo cada cual al con su deber. El niño Cuartucci reveló un vigoroso temperamento artístico

Hoy se repite a la tarde, Fuerzas que chocan. Podestá ha incorporado el drama a su repertorio, y Córdoba puede estar agradecida.