La piqueta demoledora, llamada también el arma del progreso, cuando imponen sus funciones la estética y el adelanto urbano, está a punto de empeñarse en una obra, que es casi un desgarramiento para nuestra ciudad.
Dentro de pocos días el vetusto Progreso, el teatrito simpático que ha obsequiado a varías generaciones con la diversidad de sus espectáculos va caer bajo la acción de esa piqueta terrible, para ceder su puesto a nuevas obras de arquitectura moderna.
Causa el dolor de la pérdida de un recuerdo, se siente algo parecido a una protesta silenciosa por esta ingratitud, pero también se comprende que el viejo y ruinoso edificio sobraba ya en la calle San Martín y parecía avergonzado de encontrarse en pie. Sobre sus escombros se derrumba un mundo de gratas memorias, que desde 1840, en que le fundaron los frailes franciscanos, hasta 1904, en que le derrumba la mano emprendedora y progresista, han desfilado por su sala con impresiones siempre apreciables, conquistándose el cariño de cuantos las recogieron para el bien querido local, que fue escenario de acción de tantas celebridades.
Con las antiguas obras del Sobremonte, de que ya no quedan casi recuerdos; con los viejos árboles de la plaza San Martín, que batió el hacha, anuncia el Progreso se va, para que mañana se hable de él como hoy se ocupa el comentario de las otras reliquias, sonriendo ante las bellezas que las reemplazaron.