La representación de una obra de factura local es siempre un acontecimiento entre nosotros.
Absorbidos como estamos, también en su esfera, por el cosmopolitismo artístico, una compañía dramática nacional tenía forzosamente que operar, o iniciar al menos, la evolución tantas veces presentida hacia al predominio de una literatura escénica, genuinamente nuestra, y, abarcando un ideal más alto, hacia los primeros pero vigorosos empujes del teatro de pensamiento, en que puedan destacarse la realidad del presente y los anhelos del futuro.
He ahí la razón de la simpatía unánime con que se acogiera en Córdoba la llegada del discreto cuadro de actores que lucha en el Argentino por fomentar el desarrollo de ese arte vívido que sintetiza en un pueblo la elaboración gradual de sus destinos.
Porque es preciso observar la marcha que esta empresa comunica a sus propósitos desde el punto de vista recordado: empezó por un vistoso desfile de nuestras épocas pasadas, a través del temperamento de varios espíritus selectos que nos daban la impresión melancólica de la nacionalidad primitiva, entremezclando sus rudezas inmanentes con el perfume agreste de sus sentimientos propios; siguió luego por esa etapa inicial, de una transición que está en pleno desenvolvimiento, en otros órdenes de la vida; y ahora penetra, sin vacilaciones en el campo de las depuraciones sociales definitivas, que nos darán la nacionalidad del porvenir.
Tal es el proceso del Teatro Argentino, desde su primera manifestación, como entidad artística y como factor y heraldo positivo de nuestra actividad pública general.
Esto sentado, llegamos a Juanito el Ingeniero, y palpamos, desde luego, que encauza las últimas tendencias de este breve perfil retrospectivo.
La obra del señor Hipólito Lazcano, que es una contribución eficaz dentro de sus modestas proyecciones, al triunfo del arte por la idea, importa un nuevo estiletazo, fino y hasta delicado, pero certero a un tiempo mismo, contra los clásicos prejuicios de origen y de sangre que mal que pese a los avances democráticos o igualitarios del día, siguen perpetuando su menguado concepto en estas tierras, y dentro de estas tierras particularmente en Córdoba: ¿por qué desconocerlo?
Aquí está el pensamiento capital de la comedia; aquí radica su interés inmediato.
Localizada así la tesis que anima y resaltante ésta como expresión de nuestro medio, el autor consigue una completa victoria teatral y moral que le erige, sin más trámite y a noble título, en triunfador de buena ley, caballero hecho y derecho para estas grandes lides en que se debaten los más trascendentales problemas de la sociedad.
Referir el asunto en detalle, de esta obra, no es de nuestra incumbencia, aparte de que siendo, ya bien conocido, no llenaría objeto alguno en la rápida reseña de impresiones que llevamos.
Pero nos detendremos, eso sí, en la estructura artística un instante, para declarar con sincero entusiasmo, que la técnica surge allí vigorosa y absoluta; el equilibrio general está bien hallado y el fondo se destaca con nitidez, a pesar de la pompa del lenguaje, que ha debido sufrir la influencia impositiva de una versificación sumamente frondosa y por ende inadecuada en algunas situaciones… (Al oído: no olvide el simpático y talentoso autor que la prosa es reina absoluta y exclusiva del teatro moderno)
Pasemos a la interpretación. Desde luego recogemos el voto del auditorio: excelente.
En verdad ha sido una sorpresa de grandes augurios por el acierto y la propiedad con que se impuso, no obstante, el diálogo rimado y la variedad de los metros de que el autor se ha valido, algunos difíciles de suyo, como el endecasílabo libre.
La Compañía Nacional, habituada casi exclusivamente al teatro llano que copia las costumbres y los tipos gauchos de nuestra edad media histórica, aborda el género moderno con perspectivas de triunfo en una hora muy cercana, y comprendiéndolo así la selecta sala de anoche prodigó dos intensas ovaciones a los intérpretes de Juanito el Ingeniero, después de haber saludado al autor, el distinguido caballero don Hipólito Lazcano, con salvas estruendosas de una aclamación unánime y sentida.
Un grupo de público le solicitó anoche mismo la representación de Amor de Suegra, su precioso boceto de ambiente, pues, añadió alguien: “con estos intérpretes puede lucir sus aptitudes y estimular las ya muy brillantes de la Compañía Nacional del Argentino”.
El desempeño, juzgado en detalle, conceptuamos que estimulará vivamente los nuevos anhelos de la animosa troupe.
Blanco encarnó con toda exactitud el protagonista: hizo gala de matices delicados y cuidó con fineza las situaciones exquisitas de la obra; ha creado el papel, y en una nueva representación se expedirá en escena con seguridad absoluta. La opinión general batió palmas entusiastas a su trabajo, y a más de un espectador le oímos que en la comedia social conquistará sus más preciados laureles.
El señor Romeral, distinguido y en carácter, dio particular relieve a su importante intervención. Sacó partido también de las escenas decisivas con perfecta discreción,
Acosta y Gobbi, los dos “atorrantes”. No atinamos con la preferencia y debemos referirnos a ellos en un solo rasgo: ¡notables! Su labor fue de artistas consumados por la riqueza, el colorido y la precisión felicísima del detalle. El Canto a la Luna en Acosta y los chascarrillos en Gobbi dieron la expresión cabal del gracejo […]
El Sr. Vega, parco y medido en su corto papel, es autor de escuela y bien lo demostró encarnando a Luis Astol con lujo de matices y cariño de artista.
La señorita Fuentes, igualmente en carácter, sin desmayos ni vacilaciones, hizo la Petrona Montoya del autor.
Para la señora Ghio la crítica no puede tener sino un aplauso vibrante y muy sonoro. Dio una Rosa sencillamente ideal, con toda la ingenuidad del carácter interpretada. Los versos de sus finos parlamentos, adquirían en su voz las más gratas melodías y tonalidades. Ha sido una verdadera revelación.
El señor Vigliani, finalmente, detalló con sobriedad y viveza su pequeña parte.
Ahora, para terminar, el escenógrafo señor Quintana mereció con sus dos magníficas decoraciones, un voto de aplausos. Y sintetizando todo, el joven empresario Sr. Ricardo Irastorza, puede contar, de hoy más, con que el público cordobés aprecia sus esfuerzos y retribuirá dignamente los empeños demostrados por el fomento de la producción local.
Unimos, a las muchas recibidas, nuestras mejores congratulaciones.
Mañana se repite Juanito el Ingeniero.