Grande era la ansiedad del público anoche por conocer la primera producción dramática del aventajado escritor cordobés, señor José María Vélez, y se explicaba ese deseo. No deja de ser un acontecimiento el estreno de un drama en provincias, pero lo es doblemente cuando su autor obtiene con él un triunfo, como lo fue la representación de anoche para el señor Vélez.
Vencidos y vencedores pertenece al teatro nacional: su argumento es un asunto local, que el autor desarrolla en "una ciudad argentina’, pero que ciertos datos delatan a Córdoba.
He aquí el argumento.
Juan Cruz Castillo, patriota de la fibra del tiempo pasado, es promotor de una revolución contra el gobierno provincial, siendo secundado en sus trabajos por su amigo Luis Gutiérrez y un paisano Lucero, todo corazón. Fernando Gómez, que está al servicio de Castillo, delata a los revolucionarios, y Castillo es aprehendido por el jefe de policía. Preso el alma de la revuelta, estalla una contrarrevolución para rescatarlo, pero en medio del estruendo de la lucha, recibe el alcalde una nota del gobernador, en que se le ordena que a Castillo se le atraviese el corazón de un bayonetazo. Triunfan los revolucionarios y al encontrarse con el cadáver de su jefe juran inspirarse en su ejemplo en nombre del amor que por la patria sienten. Tal es la trama, ligeramente expuesta.
Hemos notado en la obra verdaderos golpes de efecto, dados tan a tiempo, que entusiasmaban frenéticamente la gala y estalló en prolongados aplausos. No decayó ni por un momento el interés de la obra más que cuando en el último acto se sienta el alcalde. Mas esa escena fue rápida Es claro que con una sola representación es casi imposible apreciar todos los detalles del drama, pero es muy probable que asistamos a su reprise, significado que tuvieron las ovaciones que recibieron el autor y los intérpretes.
Ocupémonos de la representación.
En primer lugar mencionaremos al señor […] que desafía el peligro y que lo afronta con entereza en el momento de la prueba hasta caer en la cárcel. Se distinguió sobre todo en el tercer acto, cuando comparece ante el juez para declarar, con cadenas en los pies. Estas son sus frases más resaltantes en el transcurso del animado diálogo que sostenía con el juez: “La justicia en sí es santa, pero muchos de los hombres encargados de hacerla cumplir son ¡ay! por desgracia, a quienes se les debiera aplicar la justicia en todo su rigor… haced la justicia con el hierro… Para fraguar un sumario no te faltarán antecedentes… Aunque lleves el título de juez con tal orgullo, tú no administras justicia, sino que de arriba te enseñan y te mandan administrar”.
La señora Ortiz (Mercedes, madre de Castillo), como siempre: una característica inmejorable. En la entrevista con su hijo y Lola (prometida de Castillo), le aconseja, le manda al señor Galé que cumpla con su deber de patriota, con esta frase, que nació del fondo de su corazón: –“¡Que vaya!” La sala deliró el oír esta exclamación, que se tradujo en la ovación más prolongada de la noche.
La señora Veyán (Lola), muy bien, sobre todo en las escenas patéticas.
Al aparecer el señor Carrillo en escena, todos los espectadores se dieron cuenta de que hacía el papel de jefe de policía: estaba muy bien caracterizado. No creemos equivocarnos al afirmar que hizo el verdadero personaje que ideó el señor Vélez. El señor Carrillo en el segundo acto, que es cuando aparece, pronunció con un tono adaptado a las circunstancias, estas significativas palabras: “Con el elemento de las comisarías y algunas gentes de los garitos (aquí una salva de aplausos interrumpe al actor) se han formado compañías. Sí nos hubieran sorprendido, ¡qué carnicería, qué derrota, qué vergüenza! Sois un buen servidor del gobierno, querido Fernando (otra ovación)
El gobernador os premiará. Merecéis una diputación (nueva salva de aplausos)… Como soy el jefe de policía y saldréis por la capital, me dará la dirección del sufragio popular (el señor Carrillo pronuncia estas últimas palabras con doble intención). Os puedo hacer diputado mañana mismo (risas), aunque no haya vacante, sí señor, aunque no haya vacante. Se hace renunciar a cualquiera (risas y grandes aplausos). El partido haca muy bien en llevaros a la cámara. Lo que falta son hombres como vos.” No hay que decir que se repitieron los aplausos, debidos tanto a la intención del autor, como a la malicia con que interpretaba las frases el artista y al tono melodramático con que pronunciaba las palabras. El señor Mendoza (Luis Gutiérrez) se distinguió en lo poco que hizo, principalmente en la última escena de la obra.
El señor Arellano (Fernando Gómez) tenía a su cargo los solos más largos de la obra, de los cuales no supo sacar todo el partido que el autor dejó al arbitrio del artista. Sin embargo, lo notamos menos frío que en otras obras.
Severo y muy en su papel de juez inexorable (doctor Paredes) al señor Fernández. Habría correspondido, no obstante, una cara menos feroz.
El señor Zucchi estuvo en carácter interpretando a Lucero (del alba en el segundo acto) interpretó con arte el papel de gaucho, arrancando aplausos a la sala.
El señor Muccí en su ligero papel de sereno estuvo muy bien; imitó muy discretamente al paisano y tuvo una muerte como no la quisiéramos tener nosotros.
En resumen, todos los artistas hicieron esfuerzos imaginables en favor del éxito de la obra.
La presentación escénica correcta y de efecto, sobre todo el telón de fondo del tercer acto, pintado ex profeso para la obra; representa la plaza San Martín desde los altos del cabildo, donde se desarrolla la escena.
Anoche observamos que en 1870 se tenía los soldados como se les tiene hoy: en pleno invierno resultan seres híbridos con traje de brin y capote. Les faltaban las alpargatas o las ojotas.
El señor Vélez fue llamado repetidas veces la escena, sobre todo al final de la obra. En uno de los entreactos cayó en el escenario una hermosa camelia roja. El señor Galé la recogió y se la ofreció galantemente al autor. Este la tomó pero se empeñó con insistencia en que le correspondía al señor Galé. La flor volvió a las manos del primer actor, pesar de haber dicho éste que la había arrojado una dama.
El señor Vélez, durante la representación y al final, fue muy felicitado por un sin número de personas caracterizadas que desfilaron por el escenario al terminar la obra.
Vencidos y vencedores, cualquiera que sean los lunares que tenga, está demostrando que eran fundadas las esperanzas que se tenían en el señor Vélez con respecto su intelectualidad y su vida laboriosa.