¿Ha entregado Pérez Galdós su drama a escena con calculada oportunidad que necesariamente hubo de producir los acontecimientos, que con la parte más juiciosa y racional de España, lamentan las naciones cultas?
¿Ha encontrado en la tensión de ánimos que acontecimientos precedentes produjeran ocasión propicia a una gloria fácil y ruidosa?
Sea de ello lo que se quiera y descuidando el punto de verdad que en este detalle revelador exista, Pérez Galdós no puede escapar al dictado de sectario que quiera aplicársele.
No debe tachársenos de prevenidos que dejándonos llevar por complacencias capaces de falsear la imparcialidad del juicio, hacemos cuestión de apasionamientos o partidismo. Su drama lo acusa.
Su drama en el que salta a primera vista una amalgama de hostilidad hacia instituciones veneradas, que han sido en todo tiempo factores de primer orden y de positivos resultados en la obra magna de la moralización social; a la vez que imperdonable ligereza en las apreciaciones y una marcada tendencia a halagar las pasiones y gustos de un público en gran parte depravado.
Allá, con ocasión de uno de los últimos anarquistas que valió la vida de un estadista de renombre escribía el autor de Electra a La Prensa, una correspondencia que casualmente encontramos y en que estudiando las causas de las convulsiones anarquistas, decía:
“Cada día observamos menos resignación para conllevar las penas de la pobreza en aquellos a quienes ha tocado la suerte de figurar en la última escala social. El mal humor y la displicencia de las clases humildes es cada día mayor.
Falta el contrapeso de la idea religiosa, además las compensaciones anunciadas para otra vida, en la cual han comenzado a perder la fe algunos desheredados de la fortuna. Ya se ha expresado no se por quién, en una frase gráfica, la idea impulsora de todo este movimiento anarquista. Los que nada tienen se vuelven hacia los filósofos y propagandistas liberales que en lo que va del siglo han destruido la fe religiosa, y les dicen: nos habéis quitado el cielo, pues ahora queremos la tierra. Indudablemente hay un fondo de lógica en esta manera de presentar la cuestión. Nosotros creíamos, dice el pueblo, nos consolábamos de nuestra miseria pensando en otra vida mejor que nos compensara de los dolores de ésta. Venís vosotros demostrándonos o queriendo demostrarnos que no hay tal vida de ultratumba, que lo que hoy no poseemos no nos lo han de dar después, que la eternidad es toda silencio, oscuridad, nada; venís con el cuento que no debemos confiar en las promesas de un Dios de justicia y misericordia, que no hay más mundo que este tristísimo en que sufrimos. Pues en tal caso, señores filósofos, señores librepensadores y políticos avanzados, no es justo que nosotros tan hombres como vosotros, dejemos este planeta sin haber gustado alguno de los bienes que atesora.”
“Esto dirán y no es fácil rebatir lógicamente el argumento….”
Después de leer todo esto es como para dudar si ese Galdós de la correspondencia es el autor de un drama que, sin duda teniendo presente la preparación del grueso público y las falsías de una sofistería callejera contribuye eficazmente a la descristianización de las masas.
La influencia de nuestro moderno teatro sobre el carácter de la sociedad es acentuadísima. Hay en el teatro un conjunto de circunstancias que hacen de él un medio educativo moralizador y de propaganda eminente. Los fenómenos sociales, las ideas, las tendencias adquieren vida sobre las tablas y si a esto agregamos el efectismo del arte y el poderoso influjo pasional, concluiríamos por confesar a la sociedad, deudora al teatro, en mucha parte, de la contextura moral que presenta.
Toda obra teatral, los dramas particularmente llevan el sello de determinada escuela o preocupación y es difícil encontrar la que no constituye de una manera más o menos velada un estudio social, filosófico, político o religioso. De ahí que el teatro viene a ser un medio educativo poderoso y contribuye en alto grado a formar las preocupaciones, gustos, aficiones y costumbres de la sociedad; pues aunque las costumbres nacen inmediatamente de los sentimientos o inclinaciones; es indudable que las doctrinas influyen en la formación de estos bajo cualquier forma que se presenten, de manera que la disolución, el apasionamiento, la anarquía y el desorden de las sociedades son consecuencia del desorden y la anarquía de los principios.
Ojalá los elocuentes párrafos de la correspondencia de Galdós llevaran un rayo de luz a las inteligencias que su drama hubiera podido adormecer, y volvieran a las doctrinas que robustecen y regulan la libertad moral.
Veritas liberavil vos, la verdad os hará libres, ha dicho Jesucristo.